EN LA ASUNCIÓN SOY FELIZ

Nuestra vida toma sentido cuando la asumimos con fe y cuando formamos parte de un grupo humano en el que nos sentimos satisfechos. Seres humanos sin fe y sin un sentido de pertenencia son seres muy tristes. A esta conclusión he llegado al ser parte de una familia admirable, esa familia que estos días celebra sus Bodas de Oro Institucionales: el Colegio Privado Bilingüe La Asunción, de Trujillo, regentado por la Congregación de las Hermanas Dominicas de la Inmaculada Concepción.
Llegué a este importante colegio recién egresado de la universidad y ─como todo maestro que recién empieza su carrera─ me acompañaban mis temores, ansiedades y sueños. Llegué a mi primer día de clases, en los tiempos en que ─a decir de mi colega Margarita─ era flaco y serio. (¡Cómo si hubiera dejado de serlo!). Ya ustedes saben como es eso del primer día de clases. Pero no lo recuerdo como algo traumático, fue mas bien un día normal donde comprobé que ser maestro es la mejor forma de ser más humano mientras te pagan por leer y compartir lo leído.
Después vendrían los tiempos en que consolidé mi amistad con esta inolvidable familia; los tiempos en que aprendí a estimar a mis alumnas; los tiempos de mi aprendiz oficio de maestro de ceremonias; los tiempos de mis problemas con la correcta pronunciación en inglés; los tiempos de los sabrosos y muy entretenidos agasajos (por cierto, acá subí de peso), los tiempos de la felicidad plena...
En este camino, de casi siete años, he ido aprendiendo cosas que le dan sentido a mi vida. Acá supe de Madre Eduviges Portalet, fundadora de la Congregación, quien nos interpela a “educar con la pedagogía de la ternura”. Claro, esa ternura que ella no la teorizó en un papel, como otros estudiosos, sino en la vida desdichada de aquellos niños ciegos de su Francia natal, a quienes les devolvió la dignidad y la alegría y les regaló la luz que sólo se logra con amor.Todo esto me hace feliz. Soy feliz porque este prestigioso colegio tiene una rica historia. Soy feliz porque cada religiosa que pasa por él nos deja enseñanzas imborrables. Porque todos compartimos nuestra labor educativa con agrado y ambiente festivo. Porque acá tengo grandes amigos y amigas que son como mi familia. Porque cuando alguien nos necesita ahí estamos para mitigar tristezas con la fuerza de la solidaridad. Porque tenemos el convencimiento de ser un buen colegio, un colegio de verdad. Porque mis alumnas me demuestran que están dispuestas a aportar para hacer de este mundo un lugar donde todos seamos hermanos; porque ellas ahorran sus propinas para (cada dos meses) salir con gusto a comprar libros que luego leen con pasión. En fin, soy feliz, porque este año mi colegio cumple cincuenta años educando y yo soy parte de esta historia que recién empieza.